Cuando es necesario regenerar una zona del maxilar afectado por la pérdida ósea o bien preservar la cantidad de hueso con objeto de colocar implantes el injerto óseo es la mejor opción.
Esta técnica, que generalmente precede a la colocación de un implante dental y se realiza a partir del propio hueso del paciente, depende en gran medida de la calidad y cantidad del hueso, así como del tratamiento implantológico que se va a beneficiar de ese injerto. «En algunas ocasiones pueden colocarse en la misma cirugía el injerto y los implantes. En otras, se deberá posponer la cirugía de la colocación de los implantes una vez el injerto haya consolidado”.
Este tipo de procedimientos mejora de manera notable la calidad de vida del paciente, ya que favorece «el éxito tanto funcional como estético de los implantes en zonas donde la cantidad y calidad de hueso está comprometida”.
Recomendaciones y riesgos
Las situaciones más frecuentes en las que se debe recurrir a la regeneración ósea son la preservación del alveolo, «espacio remanente que queda en el maxilar tras una extracción dental»; la regeneración periodontal, «con el fin de alargar la vida en boca de los dientes afectados por enfermedad periodontal»; la regeneración periimplantaria, «para detener o minimizar una posible pérdida ósea en el implante»; y la finalidad implantológica, «en casos donde hay una gran pérdida ósea, tanto en altura como en anchura del maxilar”.
Aunque existen contraindicaciones médicas -se desaconseja la realización de injertos en situaciones tales como enfermedades neurológicas, vasculares o cardiacas severas, enfermedad degenerativa ósea severa o desordenes metabólicos o sistémicos que afectan al hueso, además de casos de embarazo, diabetes no controlada e insuficiencia renal-, la tasa de rechazo es mínima, puesto que la mayoría de las veces se utiliza hueso del mismo paciente. En caso de utilizar hueso sintético, este es muy similar al existente por lo que el cuerpo lo reemplaza por hueso natural.
Fuente: Heraldo
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