Equipos internacionales de científicos, actuando como detectives médicos, dieron un giro insospechado a las investigaciones en torno a una de las enfermedades más enigmáticas de la ciencia, el mal de Alzheimer, una condición cada vez más común que disuelve lenta pero inexorablemente la mente de sus víctimas. Los investigadores exoneraron de culpa a dos proteínas que eran consideradas las -villanas- de la historia, y apuntaron sus evidencias sobre un culpable insospechado: la bacteria Porphyromonas gingivalis, presente en un tercio de las personas y causante clave de la versión crónica de la gingivitis, la inflamación de las encías.
La medicina ha logrado extender la esperanza de vida en todo el mundo, pero con la mayor edad ha llegado también una mayor incidencia de demencia, una situación de deterioro cognitivo que en siete de cada diez casos significa Alzheimer, enfermedad que ya es la quinta causa global de muerte. El mal de Alzheimer es muy difícil de diagnosticar, pero hasta fecha reciente se había llegado a un modelo en el que se conectaba la condición con la presencia cerebral de placa amiloide, una acumulación enmarañada de proteínas amiloide y tau. Pero a medida que se conoce la enfermedad, se ha llegado a conclusiones radicalmente opuestas: lejos de ser las malas de la película, las dos proteínas cerebrales serían más bien una defensa del cerebro contra la infección bacterial causada por P. gingivalis. Los análisis forenses hallaron la bacteria y sus toxinas en muestras de tejido cerebral de víctimas de Alzheimer, pero la duda era: ¿la bacteria causa la enfermedad o es una simple oportunista que invade el cerebro aprovechando el deterioro que causa el Alzheimer? Un informe publicado este miércoles en la revista Science Advances contiene información sensacional. Los científicos que trabajaron bajo la conducción de la empresa farmacéutica Cortexyme (San Francisco) exploraron en ratones los efectos de una infección por P. gingivalis y descubrieron que ésta: invade zonas cerebrales afectadas por Alzheimer, empeora los síntomas en roedores ya afectados, y además produce inflamaciones cerebrales, daño neural y placas amiloides en ratones sanos: ¡igual que el Alzheimer!
La investigadora Casey Lynch, de Cortexyme, declaró que cuando la ciencia converge así desde múltiples laboratorios independientes, es muy persuasiva. La clave estuvo en analizar las toxinas que produce la bacteria para alimentarse de tejido humano, toxinas llamadas gingipains. Cuando estudiaron 54 muestras de cerebros con Alzheimer, hallaron gingipains en 96 por ciento de ellas. Y al analizar el ADN de cerebros de pacientes con Alzheimer, hallaron ejemplares de la bacteria. Además, entre más deteriorado estaba el cerebro analizado, más alta era la concentración de las toxinas bacterianas.
Como también hallaron ejemplares de P. gingivalis en el fluido espinal de pacientes vivos afectados por Alzheimer, un primer logro de su estudio fue la casi certeza de que la presencia de la bacteria o sus toxinas puede ser clave para desarrollar una prueba diagnóstica del Alzheimer. Ahora tenemos una evidencia sólida que conecta a P. gingivalis con la patogénesis del Alzheimer, dijo el doctor Jan Potempa, de la Universidad de Loisville y parte del equipo que participó en el estudio. Aclaró, sin embargo, que se requieren más pruebas para establecer con claridad absoluta que la bacteria causa el Alzheimer. Un segundo logro, desarrollado por otros científicos de Cortexyme, fue el diseño y desarrollo de moléculas pequeñas hechas para bloquear a las toxinas bacterianas. Cuando estas moléculas se aplicaron a ratones infectados, vieron que la infección se reducía, la producción de amiloide se detenía, se reducía la inflamación cerebral e incluso hubo recuperación de neuronas dañadas.
Hace cuatro meses, uno de los bloqueadores de toxinas que desarrolló Cortexyme superó las pruebas iniciales de seguridad en personas y demostró ser capaz de ingresar al cerebro humano. Este mismo año la empresa espera realizar pruebas clínicas de fases 2 y 3, con muestras más grandes y objetivos más ambiciosos, como detectar la bacteria en el fluido espinal y ver si hay mejoras cognitivas. Por separado, un equipo de científicos del Centro de Investigación Cooperativa sobre Salud Oral, en Melbourne, Australia, desarrolló una vacuna contra la infección por P. gingivalis que inició pruebas clínicas el año pasado. En su informe del caso, la revista New Scientist dice que si esta vacuna funciona para frenar la inflamación de encías, será un éxito, pero si también ataja el mal de Alzheimer tendría un impacto sin paralelo en la medicina mundial.
Fuente: Milenio
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